Cuando se alzó el telón y las luces se encendieron, María Mestiza cayó en la cuenta de la soledad que invadía su teatro. Estaba allí, sin más que una luz principal alumbrándola, como queriendo darle un empujón directo a esa audiencia fantasma que vaciaba por momentos sus pulmones. En ese minuto, luego de un grito desesperado, quiso despertar, para siempre, despertar en un plazo sin retorno.

Y lo hizo, cuando abrió los ojos, se hallo en una camilla de hospital que parecía ser el peor adorno para un pasillo abarrotado de gente corriendo de lado a lado. El olor a sangre era inminente y fue entonces...